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Virgen con el niño y Santo Domingo de Guzman

Pedro Roldán (1624-1699) es el escultor que más activamente intervino en los inicios del proceso ornamental de que fue objeto la iglesia conventual de San Pablo el Real, tras su reconstrucción barroca a partir del año 1691. En este sentido, se nos revela como un formidable intérprete de la talla en piedra, como se aprecia, por ejemplo, en la estatua de Santo Domingo de Guzmán que luce en la portada exterior del crucero, abierta por el lado de la epístola, que se encuentra fechada en 1694; o en el monumental San Pablo que, procedente de la desaparecida puerta de ingreso al compás, hoy se halla en un patinillo interno de la parroquia. Ya en el interior del templo, y en madera policromada, pertenecen indudablemente al quehacer de Pedro Roldán, en torno a los años 1695-1699,  los cuatro relieves con escenas bíblicas de las pechinas de la cúpula; los cuatro padres de la Iglesia latina que, a gran altura, se yerguen afrontados por parejas en los extremos de los brazos del crucero; los cuatro evangelistas que, en similar disposición y en actitud sedente, se sitúan en todo lo alto de los muros laterales del presbiterio; y ya en el coro bajo, en la cara interna de la fachada de los pies, las esculturas de la Virgen con el Niño Jesús y Santo Domingo de Guzmán que se cobijan en sendos retablos-hornacinas.

Estas dos últimas se revelan como unas creaciones de excelente calidad, tanto en su técnica de talla como en la superficie pintada, de una gran vivacidad cromática y riqueza en el diseño y aplicación de los estofados, mostrando ambas imágenes una estrecha vinculación a nivel compositivo y morfológico con otras efigies autógrafas del maestro Roldán. La Virgen, de rostro hermoso y expresión ensoñadora, sostiene al Niño Jesús en el brazo izquierdo, posando sus plantas sobre una peana conformada por cinco cabezas aladas de angelitos y una luna en cuarto creciente, elemento que ha de entenderse en clave concepcionista, como sucede también con los colores jacinto y azul que cubren, respectivamente, la túnica y el manto de ampuloso vuelo. Por su parte, Santo Domingo aparece revestido con el característico hábito dominico, blanco y negro, portando, como es habitual en su iconografía, un libro cerrado en la mano izquierda y una banderola en la derecha.

Álvaro Cabezas García