Centro de todo el amplio programa iconográfico que se extiende por los muros para exaltar la Orden de Predicadores de Santo Domingo en la iglesia del antiguo convento de San Pablo el Real, hoy parroquia de Santa María Magdalena, debió acometerse tras finalizar los trabajos de reconstrucción llevados a cabo entre 1691 y 1709. Aunque todavía no se han descubierto las pruebas documentales de la autoría de Lucas Valdés, tradicionalmente se ha ido defendiendo la relación con este autor, no solo por la concordancia de las pinturas con su estilo, sino por el hecho de que era, en esos momentos, el mejor muralista de Sevilla. Utilizando la técnica del temple, el hijo de Valdés Leal tuvo que contar necesariamente con colaboradores para acometer con solvencia la realización de todo el conjunto. Para ello, esta cuadrilla seguiría las directrices teóricas de un padre dominico cuyo nombre permanece hoy en el anonimato.
La bóveda del presbiterio se abre ilusoriamente gracias al empleo de la quadratura, alcanzando un sobresaliente efecto de perspectiva que hace confundir arquitectura y pintura. Así, a través de una balaustrada que se aprecia más allá de un marco central octogonal apaisado, unos angelillos revelan la Fe al abrir un dosel de pabellón. La virtud teologal avanza y se muestra sosteniendo un cáliz con la Sagrada Forma en la mano izquierda y la Cruz en la derecha. Se encuentra flanqueada en primer término por los arcángeles San Miguel y San Rafael, y en un segundo plano por Santo Domingo de Guzmán, con espada flameante en la diestra –la misma que cercenó la cabeza de Goliat en manos de David y que después empuñó San Pablo– y un pliego de papel con inscripción en la contraria, y Santo Tomás de Aquino, con palma y libro abierto con inscripción, ambos recostados sobre nubes que aplastan con su peso las personificaciones de la Herejía y la Abominación. En los vértices de la composición pictórica aparecen las representaciones de las cuatro partes del mundo conocidas hasta entonces –África, Europa, América y Asia–, todas con sus atributos indicativos y rubricando con su presencia la idea de que la Orden de Santo Domingo era la valedora de la transmisión de la Fe triunfante por todos los confines de la Tierra.
Álvaro Cabezas García