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Saint Rose of Lima

Encontrándonos en la antigua casa grande de los dominicos en Sevilla, está más que justificado que esté representada Santa Rosa de Lima por ser una santa de esta Orden y por la enorme vinculación americanista que tuvo este convento de San Pablo el Real en el proceso de evangelización del Nuevo Mundo. Se trata de una imagen de candelero para vestir del último cuarto del siglo XVII que responde a la iconografía tradicional de la santa, mostrándola vestida con el hábito de la Orden de Santo Domingo negro y blanco, coronada de rosas y portando al Niño Jesús, debiéndose esto a una visión mística en la que éste la desposó el Domingo de Ramos de 1617. González de León atribuyó la imagen a Pedro Roldán y más recientemente, en 1982, lo hizo Jorge Bernales.

Santa Rosa de Lima (1586-1617) se llamó en el mundo Isabel Flores y de Oliva, hija de Gaspar y de María. Era denominada familiarmente “Rosa” por su belleza, añadiéndole ella el “de Santa María”, siendo confirmada con este nombre por el arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo. Pertenecía a una familia de pequeños propietarios limeña y recibió una sólida formación en la fe, estando en contacto con el convento de Santo Domingo, donde los seglares podían participar en la liturgia y reunirse a meditar la Palabra de Dios colaborando temporalmente en los puestos misionales. En su juventud estuvo en la duda de si hacerse religiosa contemplativa o luchar por el Reino de Dios desde fuera del convento.

En 1606, a los 20 años de edad, decidió ser pobre por la fraternidad universal, ingresando como seglar en la Orden Tercera de Santo Domingo. Su modelo de vida era Santa Catalina de Siena (1347-1380), llegando a ser junto a esta las dos santas más importantes de la Orden dominica. Daba clases a los niños, cultivaba la tierra y trabajaba en la costura, contribuyendo con su trabajo al sostenimiento de su familia. Participaba en la Eucaristía en el convento de Santo Domingo y habitaba en una cabaña que había en el huerto de su casa con la finalidad de asimilar el Evangelio con la contemplación y la oración. La mortificación física formaba parte de su formación espiritual, llevando sobre la cabeza una cinta de plata con pinchos en el interior; así mismo, frente al prójimo se mostraba muy comprensiva, disculpando los errores y esforzándose en la misericordia y la compasión, cuidando de los necesitados y enfermos y ayudando a su contemporáneo San Martín de Porres.

Falleció a los 31 años con fama de santidad, siendo beatificada por S.S. Clemente IX en 1668 y canonizada por el papa Clemente X en 1671. Primera santa del Nuevo Mundo, desde aquel momento fue venerada como patrona en toda América del Sur y Filipinas. Se fiesta se celebra el 23 de agosto por el novus ordo y el 30 de agosto por el vetus ordo, siendo esta segunda fecha la más festejada.

Pedro Manuel Fernández Muñoz