MENÚ

Arquitectura

Situada en la plaza que hoy lleva su nombre, la primitiva parroquia de Santa María Magdalena, como varias más de las que se erigieron tras la reconquista de Sevilla, fue reconstruida en tiempos del rey Pedro I, a consecuencia del fuerte terremoto que sacudió la ciudad en 1355. La iglesia de la Magdalena se encontraba exenta, quedando rodeada por tres plazoletas: la de la Pila en el costado de la epístola, la de las Campanas a los pies, y la de los Leones o de la Leña en la cabecera. Como se sabe, el templo, de tres naves y fisonomía gótico-mudéjar, lo derribaron los franceses en 1811, y tras ser parcialmente reedificado desde 1817, fue nueva y definitivamente derruido en 1842, traspasándose las funciones parroquiales al extinguido convento dominico de San Pablo el Real.

La iglesia de San Pablo, actual parroquia de Santa María Magdalena, es una de las obras más emblemáticas de Leonardo de Figuera, el arquitecto más representativo del barroco sevillano. Habrá que recordar que la vetusta fábrica gótica de este cenobio se desplomó el primer domingo de Adviento de 1691, siendo necesario levantar un nuevo templo que, no obstante, conservó como vestigios de su pasado medieval tanto la zona de su cabecera poligonal como las tres capillas mudéjares alineadas a los pies del lado de la epístola que conformaron la sede de la Hermandad del Dulce Nombre de Jesús, fusionada en 1851 con la penitencial de la Quinta Angustia. También permaneció el plan de tres naves separadas por pilares de la iglesia anterior, que Figueroa actualizó e interpretó de manera monumental, otorgando gran amplitud a la nave central y disponiendo un crucero de brazos muy profundos. El coro se sitúa en alto a los pies, ocupando los dos primeros tramos de la nave principal. La capilla sacramental se encuentra adosada a la nave de la epístola. Las cubiertas se resuelven mediante bóvedas de medio cañón con lunetos y arcos fajones, reservándose el tramo central del crucero para alzar una airosa cúpula, con tambor y linterna; por su parte, las naves laterales presentan bóvedas de arista. Menudean por el interior los detalles ornamentales de gran riqueza y variedad, a base de estucos labrados y maderas doradas, además de las estructuras arquitectónicas de mármoles polícromos que se dispusieron en los laterales del presbiterio, todo ello en combinación con las pinturas murales y retablos que con el tiempo se fueron acumulando en este recinto, cuyo proceso constructivo se concluiría en 1709, aunque la consagración de la iglesia hubo de esperar hasta el 22 de octubre de 1724.

Exteriormente, Leonardo de Figueroa dota al templo de una extraordinaria originalidad, mediante la presentación de materiales, adornos y colores diversos, alternando los paramentos enlucidos con el ladrillo rojizo, los elementos pétreos y la cerámica vidriada amarilla, blanca y azul. Este predominante interés por lo decorativo se manifiesta con especial énfasis en la cúpula, en las buhardillas o en la doble espadaña, ejecutada en 1697, que se levanta sobre la fachada de los pies. No puede pasarse por alto el programa escultórico en piedra, en cuya ejecución intervino Pedro Roldán y su taller, destacando la efigie de Santo Domingo de Guzmán que se cobija en la hornacina de la portada del crucero, que se encuentra fechada en 1694.