Con similar estructura que el mural frontero de La entrada triunfal de San Fernando en Sevilla, aparecen en los vanos laterales las personificaciones de la Religión y la Justicia triunfantes sobre los herejes, respaldadas por escudos de la Orden de Santo Domingo.
En la escena central, que muestra testimonios de una reciente restauración, se aprecia un espacio abierto –¿quizá Lucas Valdés haya querido representar la plaza de San Francisco en tiempos medievales?–, en el que –junto a un edificio de dos plantas no identificado, ¿quizá las actuales Casas Consistoriales ornadas por Valdés con trabajos de sebqa y con arcos de medio punto, apuntados y polilobulados en vanos de distinto tamaño?–, se dispone el escenario en el que se está celebrando un Auto de Fe general. Bajo la presidencia de la Cruz, cobijada en dosel verde, comparecen los penitentes ante un tribunal de cinco miembros, al menos tres de ellos de la orden dominica. En primer plano, un relapso ya condenado va camino del suplicio a lomos de un burro y tocado con el sambenito. Pasa por delante de otros miembros de la Orden de Santo Domingo que parecen conminarlo al arrepentimiento en presencia de una enorme muchedumbre. El propio rey San Fernando, acompañado de varios guardias, lo sigue portando leña para la hoguera que, en el extremo izquierdo de la composición, ha de arder en pocos minutos. Quizá como detalle anecdótico el pintor ha introducido a la derecha una mujer que cubre las riquezas de su vestido con un manto negro y que apoya su mano sobre un niño con casaca que mira al espectador mientras juega con un perro.
La escena no pretende reproducir un hecho histórico –el primer Auto de Fe se celebró en Sevilla en 1481, más de dos siglos después de la muerte de San Fernando–, pero tiene una intencionalidad clara: destacar una vez más el papel jugado en pos de la religión y contra la herejía desempeñado por la orden dominica desde tiempos de la Reconquista cristiana de Sevilla con el mismo rey santo como figura colaboradora.
Álvaro Cabezas García