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Francisco de Zurbarán

En la ya centenaria historia de la Parroquia de Santa María Magdalena ha habido una amplia serie de feligreses ilustres sobre los que iremos trazando una semblanza periódicamente. Comenzamos por el pintor extremeño Francisco de Zurbarán, ya que en 2014 se ha celebrado el 350 Aniversario de su muerte y porque a él se deben dos de los lienzos más destacados que ornamentan el templo.

Zurbarán nació en Fuente de Cantos (Badajoz) el 7 de noviembre de 1598. Era hijo de la extremeña Isabel Márquez y el vasco Luis de Zurbarán, comerciante que debía disfrutar de una desahogada posición económica. Con quince años, Zurbarán entra como aprendiz con un oscuro artista, Pedro Díaz de Villanueva, quien afirma ser sevillano y «pintor de imaginería» Poco se sabe de esta etapa de formación, que debió durar unos tres años. El caso es que hacia 1617, el pintor contrae matrimonio en Llerena con María Páez. De esta unión nacen tres hijos: María (1618), Juan (1620) y Paula Isabel (1623). Es posible que como consecuencia del parto de esta última, se produjera el fallecimiento de María Páez, que recibió sepultura el 7 de septiembre de 1623 en la iglesia de Santiago de la citada localidad. Dos años después, Zurbarán contrae un segundo matrimonio con una acaudalada viuda, Beatriz de Morales. De este enlace nacerá una sola hija: Jerónima que muere prematuramente.

En 1626, Zurbarán contrata con la comunidad de San Pablo de Sevilla una serie de veintiún lienzos. Debió gustar el trabajo, toda vez que tres años más tarde contrata varias obras para el convento de la Merced Calzada, apareciendo ya como «maestro pintor de esta ciudad de Sevilla», posiblemente por haberse afincado ya al aceptar una invitación para ello del Concejo hispalense. A partir de ese momento, el artista se va a convertir en el pintor de mayor relevancia en la ciudad, recibiendo numerosos encargos de nobles e instituciones religiosas.

En 1634 acude a la Corte reclamado por el rey Felipe IV para la decoración del Salón de Reinos. Los años que siguen son de una extraordinaria fecundidad artística, pues en 1638 se ocupa de la decoración del retablo de la Cartuja de Jerez y en 1639 lleva a cabo la monumental serie de la Sacristía de Guadalupe. Ese mismo año fallece su segunda esposa. Cinco años más tarde, el 7 de febrero de 1644, contrae terceras nupcias en nuestra Parroquia, en cuyo archivo se conserva la correspondiente partida y en la que el licenciado D. Diego Martel da fe del «verdadero matrimonio» entre el viudo de Dª. Beatriz de Morales, Francisco de Zurbarán, con Leonor de Tordera, viuda también de un tal Diego de Sotomayor, muerto en las Indias. Los testigos fueron los licenciados Juan Vivas, Miguel de Carmona y otros. Leonor era dieciocho años más joven que el artista, al que dio seis hijos: Micaela Francisca (1645), José Antonio (1646), Juana Micaela (1648), Marcos (1650), Eusebio (1653) y Agustina Florencia (1655).

La epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649 marca el declive de la fama del maestro ante la fulgurante irrupción del joven Murillo. Para entonces se han consumido  los 27300 reales que Leonor aportó como dote al matrimonio. A esta delicada situación hay que sumar el fallecimiento de Juan, el hijo del pintor, que sucumbe ese mismo año como una víctima más del terrible mal.

El artista firma en 1655 tres grandes pinturas para el desaparecido monasterio de Santa María de las Cuevas. En el padrón de 1658 encontramos que el hogar del pintor lo conforman junto a él, su esposa, una hija y tres criados. A partir de ese mismo año está acreditada la presencia de Zurbarán en Madrid, donde residió hasta su fallecimiento acaecido el 27 de agosto de 1664.

El 17 de enero de 1626, Zurbarán («vecino de la ciudad de Llerena estante al presente en esta ciudad de Sevilla») firma un contrato con el prior de los dominicos de San Pablo el Real para la realización de 21 cuadros que habría de ejecutar en el plazo de ocho meses y por los que recibiría la cantidad de 4000 reales: 14 lienzos de la vida de Santo Domingo, 4 Doctores de la Iglesia, 1 San Buenaventura, 1 Santo Tomás de Aquino     y 1 Santo Domingo.

Dos cuadros de esa serie «Santo Domingo en Soriano» y «Milagrosa curación del Beato Reginaldo de Orléans», de 190 x 230 cm., se guardan en la capilla del sagrario de la actual iglesia de Santa María Magdalena.

Saint Dominic in Soriano

Cuadro tenebrista en el que la Virgen del Rosario, acompañada por Santa María Magdalena, se aparece a un dominico del convento italiano de Soriano para hacerle entrega de un lienzo con la verdadera efigie de Santo Domingo de Guzmán.
Fray Domingo Castaño, O. P. en su obra «Santo Domingo de Guzmán» refiere como en el año 1510 fray Vicente de Catanzaro, ciudad de la Calabria, un dominico de vida piadosa y austera, bajo inspiración de Santo Domingo llegó a Soriano para fundar un convento, aunque se construyó con escasez de medios materiales con la ayuda especial de la Divina Providencia. La pequeña comunidad de frailes establecida en Soriano vivió casi ignorada hasta 1530. Ese año, la noche del 15 de septiembre, la Virgen se apareció a Fray Lorenzo da Grotteria, hermano sacristán, y le entregó una tela con la representación de Santo Domingo. Desde entonces la imagen milagrosa de Santo Domingo en Soriano ha gozado de gran veneración y devoción: “Fue Fray Lorenzo a encender las velas para maitines y al volver vio a tres señoras de sublime aspecto… Una le llamó y le preguntó por el titular de aquella iglesia y qué imágenes tenía. Y como él contestase que el titular era Santo Domingo y que no había más imagen que una, toscamente pintada en la pared sobre el altar, la Señora, sacando un gran rollo de tela, se lo entregó diciendo: “Lleva esta imagen al superior y que la ponga en vez de la otra”. Encontrándose el sacristán con los frailes que venían a maitines, les contó lo ocurrido pero no le creyeron hasta que, desenvolviendo el lienzo, vieron la efigie y conocieron su origen sobrenatural. Fueron en busca de las aparecidas sin que ninguno diera con ellas y entonces comprendieron el misterio…A mayor abundamiento, la noche siguiente, orando un fraile se le apareció Santa Catalina virgen y mártir, de quien era muy devoto y le reveló, cómo la donante había sido la Santísima Virgen acompañada de Santa María Magdalena y de ella misma, pues ambas eran protectoras de la Orden y debían intervenir en cuantos favores el cielo le dispensaba».

La escena se localiza en el interior de la celda del religioso que aparece arrodillado frente al grupo de la Magdalena y la Virgen que le señala la pintura del fundador de la Orden de Predicadores, sostenida por Santa Catalina de Alejandría, situada detrás de la misma, que oculta la mayor parte de su cuerpo y del que solo percibimos la cabeza, manos y pies. Al fondo, en el ángulo superior izquierdo dos ángeles portan rosarios, la Regla y un lábaro rojo con el escudo de la Orden.

El espacio que contiene la escena ha desaparecido en una absoluta oscuridad que se pone al servicio de las figuras, fuertemente destacadas por las luces y los brillantes coloridos de sus ropajes, los cuales destacan por  el aspecto táctil de los tejidos.

La Virgen se nos muestra como una joven de hermosos y delicados rasgos que viste túnica jacinto y manto azul. Luce corona sobre su cabeza, porta el rosario en la mano derecha -señalando con el dedo índice hacia la efigie de Santo Domingo- y cetro en la mano izquierda. Santa María Magdalena, que mira al espectador, se muestra como santa penitente con la melena suelta sobre los hombros y los pies descalzos. En las manos sostiene un pomo, su atributo parlante. Viste camisa blanca, amarilla-ocre y manto pardo con cruces marrones bordadas en su superficie. La efigie de Santo Domingo representada en el cuadro que porta Santa Catalina de Alejandría nos lo presenta vestido con el hábito de la Orden, cuyos pliegues caen verticalmente, situado ante un paisaje rural, con una Biblia en la mano derecha y unas lilas blancas en la izquierda.

En este lienzo contemplamos un recurso muy frecuente en el Barroco y, por tanto, también en la producción de Zurbarán, como es el denominado «el cuadro dentro del cuadro», en el que la escena del primer término se explica por la representada en el segundo.

Milagrosa Curación del Beato Reginaldo de Orléans

Reginaldo de Orléans, nació en Saint-Gilles del Languedoc (Francia) en 1180 y murió en Paris el 1 de febrero de 1220. Fue uno de los primeros seguidores de Santo Domingo de Guzmán, a quien conoció en el transcurso de una peregrinación que realizó a Roma y donde le reconoció como el guía espiritual que la Santísima Virgen le había señalado durante una grave enfermedad que había padecido cuando estaba a punto de formular sus votos como religioso de la Orden de Predicadores.

El dominico español Pedro Ferrando compuso entre 1237 y 1242 la obra «Leyenda de Santo Domingo», donde recoge el milagro acontecido a reginaldo de Orléans en los siguientes términos: «Y mientras él perseveraba en la oración, la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Señora del mundo, acompañada de dos hermosísimas doncellas, se apareció visiblemente al Maestro Reginaldo, que yacía vigilante y sofocado por el ardor vehemente de la fiebre; y el enfermo oyó que la Reina hablaba dulcemente y le decía: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y quedándose pensativo para deliberar, una de aquellas doncellas que acompañaban a la Reina del cielo le insinuó que se encomendase a su voluntad y que no pidiera otra casa que la que se dignara otorgarle la Reina de misericordia. Y cumpliendo, por consiguiente, el saludable consejo, omitió la respuesta y lo dejó todo a elección de la bienaventurada Madre de Dios, para que según su beneplácito le concediese lo que quisiera. Entonces ella, extendiendo su virginal mano, untó con el ungüento que traía consigo los ojos, los oídos, las narices, la boca sy las manos, los pies y los riñones del enfermo, subrayando cada unción con las propias palabras de las fórmulas. Cuyas palabras puedes conjeturar más o menos por aquellas que profirió al ungir los riñones y los pies. En la unción de los riñones dijo : «Queden ceñidos tus riñones con el cíngulo de la castidad», y en la de los pies pronunció aquella fórmula: «Unjo tus pies para habilitarte a la predicación del Evangelio de la paz», y añadió : «De aquí a tres días te enviaré la redoma para el pleno restablecimiento de tu salud.» Entonces le mostró el hábito de la Orden de Predicadores y le dijo: «Mira, éste es el hábito de tu Orden»; y así se ocultó felizmente a los ojos del enfermo aquella figura corporal de su visión. Y curado de este modo por la Reina del cielo, Reginaldo convaleció al punto, quedando confortadas principalmente aquellas partes que había ungido la Madre de aquel que sabe elaborar ungüentos de salud.

A la mañana siguiente vino el bienaventurado Domingo, y como le preguntase confidencialmente qué tal se encontraba, contestó aquél: «Ya estoy sano.» Y entendiendo el bienaventurado Domingo que se refería a la salud espiritual, respondió: «Ya sé que estáis sano verdaderamente.» Y aquél insistía replicando que se encontraba curado. Y como el bienaventurado Domingo no cayese en la cuenta de que lo decía por la salud corporal, le contó detalladamente el Maestro Reginaldo la visión. Dieron, pues, gracias y no ciertamente con poca devoción, según pienso al Salvador, que sana a los que lastima y proporciona la saludable medicina a los que hiere. Y los médicos quedaron admirados ante tan súbita como inesperada curación, ignorando con qué aplicación de la medicina se había restablecido el que según su pronóstico había sido desahuciado de la vida. Y al tercer día, hallándose sentado el bienaventurado Domingo con el Maestro Reginaldo, acompañados por un religioso de la Orden de los Hospitalarios, vió éste claramente acercarse la Santísima Virgen y ungir con su mano todo el cuerpo del Maestro Reginaldo. Y aquella celeste untura de tal manera fortaleció la carne del santo varón Maestro Reginaldo, que no sólo extinguió la lumbre de la fiebre, sino que templó también el ardor de la concupiscencia, de tal manera que, como él mismo confesó después, en adelante no se encrespó en él ningún movimiento de sensualidad. Y después de su muerte, el bienaventurado Domingo refirió a los frailes esta visión. Pues el mismo fray Reginaldo le había conjurado a que, mientras él viviese, no relatara a nadie el suceso, sino que lo guardara como secreto de confesión. Y después de alcanzada la salud por mediación divina, se consagró enteramente a Dios y se ligó con el vínculo de la profesión al bienaventurado Domingo.

La escena del lienzo representa el referido milagro que tuvo lugar tras la oración de Santo Domingo, situado a la cabecera del lecho del enfermo. La Santísima Virgen, acompañada por dos hermosas jóvenes que son Santa Catalina y Santa María Magdalena, se apareció a Reginaldo de Orléans, aquejado por unas fiebres que hacían temer por su vida y le ungió la cabeza quedando al punto restablecido. En el ángulo superior izquierdo se localiza una pequeña ventana que sirve para dotar de una cierta profundidad a la obra y a través de la que se observa el momento en que Santo Domingo admite al citado Reginaldo de Orléans en la Orden de Predicadores. En primer término un pequeño bodegón, en el que sobre una mesa contemplamos una taza de peltre  sobre un plato, una rosa y una fruta.

La pintura nos ofrece las características propias del estilo zurbaranesco de esta época: tenebrismo, robustez de las figuras, volumetría escultural y un tratamiento de las telas rico y quebrado. Pese a todo, la crítica aduce una amplia intervención del taller en esta obra.

Muy notables resulta el tratamiento de las vestiduras, en las que se percibe la sensación táctil de las que nos habla Heinrich Wölfflin. Reginaldo de Orléans se nos muestra con expresión recogida y devota, cubierto por un sayo blanco, el mismo color de almohadones y sábanas, que se quiebran en pliegues angulosos. Santo Domingo viste al hábito de la Orden; mientras que la Virgen y las Santas lucen vestidos y mantos de brillantes sedas de colores. La Virgen lleva túnica jacinto y manto azul. Santa María Magdalena túnica encarnada y manto verde, portando en la mano el pomo, su atributo parlante. Santa Catalina se cubre por túnica rojiza con mangas acuchilladas y manto ocre.

Un foco de luz, situado fuera del cuadro, ilumina la composición. En la que contrastan la diagonal que marca el lecho del Beato con la verticalidad de las santas y el rompimiento de Gloria de halos dorados que envuelve a la Virgen.

Sirvan estas líneas como homenaje a uno de los más insigne pintores españoles, de  quien nuestra Parroquia guarda estas dos excelentes muestras de su quehacer.